Quieto como un lagarto, se queda arrimado a la pared, con los pies cruzados, los codos apoyados en el
alféizar de la vidriera, el ala del sombrero defendiéndole los ojos; una mueca amarga tirando sus dos catetos de la punta de la nariz a los dos vértices de los labios; triángulo de expresión mafiosa que se descompone para saludar insignificantemente a alguna vecina.
Roberto Arlt
Al inspeccionarla, se encontraron manchas de sangre en el
alféizar, y también en el suelo de madera se veían varias gotas dispersas.
Arthur Conan Doyle
En la ventana más próxima a la puerta se veía una silla de paja colocada sobre una plataforma a fin de elevar a la señora Grandet a una altura que le permitiese ver los transeúntes. Una mesita de cerezo llenaba el alféizar, y el pequeño sofá de Eugenia Grandet estaba colocado a su lado.
La luz del día, penetrando por la entreabierta ventana, iluminaba la habitación, en la cual, además del humilde mobiliario, consistente en una mesa de pino, varias sillas y un viejo aparador con cortinas azules, veíanse algunos enseres de pesca, varios remos apoyados contra uno de los ángulos, y dando una nota risueña al conjunto, un pájaro, que cantaba en una jaula de alambre, y dos macetas de geranios en flor, que decoraban el alféizar de la ventana, junto a la que cosía la unigénita del Levantino, la cual contestó al poco expresivo saludo del recién llegado con una apenas perceptible inclinación de cabeza.
-Que se arrimara de nuevo a tu vera y ya veríamos si cantabas o no la gallina; ya veríamos qué era lo que pasaba. -Ya está ahí ése -exclamó en aquel momento Dolores, reclinándose sobre el alféizar del estrecho ventanucho.
«Sí, estará malo, fijamente estará malo», pensaba algunas horas después llena de profunda inquietud Dolores, al par que registraba con sus hermosísimos ojos las verdes frondas del huerto; y cuando ya las melancólicas claridades del crepúsculo empezaban a matizar de misteriosas tonalidades el espacio, las verdes ramas y las azules lejanías, una voz dulce y triste, la voz de Joseíto, resonó allá en lo más hondo del huerto, la voz de Joseíto que avanzaba con paso presuroso, la voz de Joseíto, que cantaba con voz acariciadora y sentidísima: -¡Ya está ahí!, -exclamó llena de júbilo Dolores, inclinándose tanto sobre el alféizar del mísero ventanucho...
Apenas puesta por Manolo la jaula en el alféizar del campesino ventanal, los dos jilgueros, sin aguardar que se retirara el muchacho, sin temor al daño que éste pudiera hacerles, se aferraron a los barrotes, metiendo por entre ellos sus picos, buscando las bocas de las crías: dijérase que las besaban.
Mientras Joseíto permanecía inmóvil y meditabundo, se abrió una de las ventanas de los edificios inmediatos, con vista al taller, y destacóse, en su fondo, radiante de hermosura, Dolores la Trinitaria, la cual, apartándose con ambas manos la negrísima y suelta guedeja que le caía a ambos lados de la cara, cruzó los brazos sobre el alféizar y clavó los hermosísimos ojos en el meditabundo carpintero.
Era el día franja imperceptible en Oriente y ya cantaban sobre la acacia los padres de los pájaros prisioneros. No cesaba su canto hasta que la jaula aparecía en el alféizar.
El ruido que produjo ésta al encajarse rechinando sobres sus premiosos goznes impidió al que se alejaba oír el rumor de las celosías sobre el ajimez, que en aquel punto cayeron de golpe, como si la judía acabara de retirarse de su
alféizar.
Gustavo Adolfo Bécquer
Al día siguiente, cuando las campanas de la catedral asordaban los aires tocando a gloria, y los honrados vecinos de Toledo se entretenían en tirar ballestazos a los Judas de paja, ni más ni menos que como todavía lo hacen en algunas de nuestras poblaciones, Daniel abrió la puerta de su tenducho, como tenía por costumbre, y con su eterna sonrisa en los labios comenzó a saludar a los que pasaban, sin dejar por eso de golpear en el yunque con su martillito de hierro; pero las celosías del morisco ajimez de Sara no volvieron a abrirse, ni nadie vio más a la hermosa hebrea recostada en su
alféizar de azulejos de colores.
Gustavo Adolfo Bécquer
He perdido la única mujer que me hubiera querido en la tierra Cuando Rafael entró en su cuarto, en vez de hacer alumbrar la habitación, dio orden a su criado de que se retirase, y asomándose a la ventana, se apoyó en el alféizar, fijando sus miradas en la casa de enfrente.