Todo en ella era glacial: su piel marmórea, lisa, semejante a un témpano; su rostro impasible de sibila; su habla solemne; el mirar de sus ojos de
ágata, transparentes como un vino puro.
Emilia Pardo Bazán
Para mí, por ejemplo, el mármol de Paros no adquiría pureza y excelsitud hasta considerarlo labrado por Fidias; el caolín era barro grosero, y sólo me enamoraba convertido en porcelana sajona; el zafiro había nacido para rodearse de brillantes y adornar un menudo dedo; el brillante, para temblar en un pelo negro; el basalto rosa, para que en él esculpiesen los egipcios el coloso de Ramsés; el
ágata, para que Cellini excavase aquellas copas encantadoras en torno de las cuales retuerce su escamoso cuerpo una sirena de plata.
Emilia Pardo Bazán
Los topacios dorados, las amatistas circundaban en franjas el recinto; y en el pavimento, cuajado de ópalos, sobre la pulida crisofasía y el
ágata, brotaba de trecho en trecho un hilo de agua, que caía con una dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta metálica soplada muy levemente.
Rubén Darío
De pronto huyó la visión, surgió la ninfa del estanque, semejante a Citerea en su onda, y recogiendo sus cabellos que goteaban brillantes, corrió por los rosales tras las lilas y violetas, más allá de los tupidos arbolares, hasta ocultarse a mi vista, hasta perderse, ¡ay!, por un recodo; y quedé yo, poeta lírico, fauno burlado, viendo a las grandes aves alabastrinas como mofándose de mí, tendiéndome sus largos cuellos en cuyo extremo brillaba bruñida el
ágata de sus picos.
Rubén Darío
Subió otra vez a su salvaje nido, tornó a bajar a la vivienda humana, y ya movió la risa los músculos de acero de su cara, y sus dientes de tigre, descubiertos, dieron reflejo de marfil y nácar, y el hosco ceño despejó la frente, y se hizo dulce y mansa la dulzura feroz, brava y sañuda de aquel mirar de sus pupilas de
ágata...; cortó un lentisco y horadó su tallo, pulió sus nudos y tocó la gaita, y oyó por vez primera la sierra solitaria música ingenua, balbuciente idioma que al hombre niño le nació en el alma.
José María Gabriel y Galán
¿Que otro guerrero de cuantos vuelan como la saeta a los combates y a la muerte, tras el estandarte de Schiven, meteoro de la gloria, puede adornar sus caballos con la roja cola del ave de los dioses indios, colgar a su cuello la tortuga de oro o suspender su puñal de mango de
ágata del amarillo schal de cachemira, sino Pulo-Dheli, rajá de Dakka, rayo de las batallas y hermano de Tippot-Dheli, magnifico rey de Orisa, señor de señores, sombra de dios e hijo de los astros luminosos.
Gustavo Adolfo Bécquer
quel día un harapiento, por las trazas un mendigo, tal vez un peregrino, quizás un poeta, llegó, bajo la sombra de los altos álamos, a la gran calle de los palacios, donde hay desafíos de soberbia entre el ónix y el pórfido, el
ágata y el mármol; en donde las altas columnas, los hermosos frisos, las cúpulas doradas, reciben la caricia pálida del sol moribundo.
Rubén Darío
En la pila, un cisne chapuzaba revolviendo el agua, sacudiendo las alas de un blancor de nieve, enarcando el cuello en la forma del brazo de una lira o del asa de un ánfora, y moviendo el pico húmedo y con tal lustre como si fuese labrado en un
ágata de color de rosa.
Rubén Darío
11 El segundo orden, una esmeralda, un zafiro, y un diamante. 12 El tercer orden, un ligurio, un ágata, y un amatista. 13 Y el cuarto orden, un berilo, un onix, y un jaspe: cercadas y encajadas en sus engastes de oro.
III ::::: Avernus Tú que has entrado en mi imperio como feroz dentellada, demonia tornasolada con romas garras de imperio, ¡infiérname en el cauterio voraz de tus ojos vagos y en tus senos que son lagos de
ágata en cuyos sigilos vigilan los cocodrilos réprobos de tus halagos!
Julio Herrera y Reissig
V ALERIO El capitán español; un sello de rubíes que era de mi padre; un brazalete de ágata que mi madre me puso en el brazo; y el viejo Pedro, ese criado que conmigo se salvó del naufragio.
Su nariz era de una finura y de un orgullo regios, y revelaba su noble origen, En la piel brillante de sus hombros semidesnudos jugaban piedras de ágata y unas rubias perlas, de color semejante al de su cuello, que caían sobre su pecho.